jueves, 7 de octubre de 2010

Clase de Ondas electromagnéticas

Imagínense la situación. Un joven estudiante de física, fascinado por el pensamiento científico y la estructura de las revoluciones científicas (si, en el sentido de los cambios de paradigma que remarca Kuhn como revolución), debe darle una clase de ondas electromagnéticas a sus alumnos del último año del secundario. Los temas son sencillos. Partimos con el clásico cuentito de la historia de la luz, llegamos a las ecuaciones de Maxwell, les decimos que un campo magnético variable en el tiempo genera uno eléctrico y viceversa, sacamos de la galera la ecuación de ondas y su solución, que nos aporta un hermoso campo eléctrico perpendicular a uno magnético con intensidades proporcionales. Claro, todo esto aceptando la constancia de la velocidad de la luz y las mil maravillas. Luego de una descripción bastante aceptable de las características de las ondas electromagnéticas podemos meternos en los fenómenos de reflexión, refracción e incluso algo de dispersión. Parece sencillo, ¿no?
Pues sepan que hemos subestimado a los alumnos. Imagínense un curso completo de jóvenes de 17 años preguntando lisa y llanamente "pero, ¿Por qué la velocidad de la luz es una constante?" y discutiendo los principios y resultados de la relatividad y debatiendo sobre la evolución del pensamiento científico a la par del docente, cuando se esperaba que les costara comprender la ley de Snell.
El docente comenzó diciéndoles que no se subiría a la tarima excepto para escribir en el pizarrón porque «el saber, arriba» no era una concepción que le sentara bien. Claro, estamos hablando de una persona ávida de aprender parada frente a un montón de jóvenes alienados por las clases magistrales de la vieja escuela que vienen soportando desde hace casi 12 años, ni más ni menos. Luego, nuestro joven profesor pasó a recordarles una experiencia en la que debían descifrar el contenido de una caja de madera sellada con la única regla de no abrir la caja, experiencia ésta que se les pide en el primer curso de física, casi seis años antes. Esta experiencia constituía una buena analogía con la elaboración de modelos en el método científico. Luego pasamos a la luz. Las primeras opiniones sobre su naturaleza, la velocidad finita o infinita, la teoría ondulatoria y corpuscular y los chicos que no dejaban de hacer preguntas, de sorprenderse, de dudar, de iniciar el debate con el compañero y estirarlo hasta la otra punta del salón generando dudas más grandes. ¿Pueden imaginar la satisfacción de nuestro joven estudiante-docente?
Es cierto que la descripción matemática de una onda electromagnética tendrá que esperar hasta la próxima clase, y que la mayoría se llevó más preguntas que respuestas, pero ¿no es acaso preferible que se revele el amor por la ciencia que más de uno tenía dormitando a dejar que otras banalidades consuman sus días?

La enseñanza de las ciencias contribuye a formar personas críticas en todos los ámbitos de la vida, pero debemos darnos cuenta de una vez por todas que no basta con indicar la receta para resolver un problema de movimiento rectilíneo. En todo momento los alumnos deben comprender que ese conocimiento forma parte de una evolución del pensamiento, y de la necesidad humana de llegar a la verdad. Pero tampoco debe olvidar (¡Tampo debe olvidarlo el docente!) que la ciencia es perfectible y que siempre estará en construcción, cuando no, en revolución.

Carlos