sábado, 1 de febrero de 2014

Resplandeciente

Resplandece al alba la mirada desafiante de su destino condenado. Como una sombra, él se desliza por las rocas, silencioso, guardando el aliento, porque sabe que lo perderá para siempre. Afortunadamente, conoce gente. Conoce gente que no lo olvidará. Conoce gente que lo ha amado, que lo ha protegido, solo porque él ha visto en ellos un ser brillante. No desea prolongar su agonía, pero no quisiera irse sin verlos una última vez. Entonces cierra sus ojos y allí están. Uno por uno, él va visitando a sus amigos, a quienes ha enaltecido millares de veces con su mirada generosa, con sus pupilas profundas, con sus ojos viejos. Allí está ella que rescató su alma justo antes de que cayera al temible precipicio de la culpa y de la soledad. Allí está el otro, que se jugó la vida por él, como él mismo lo haría por todo el mundo. Allí también está aquella, con toda su familia, que confiaron en él, y él como siempre cumplió con su palabra. Allí, allí está ella. Ella, que lo ha salvado tantas veces y en tantas maneras diferentes. Pero que aún no lo sospecha. Y él se va desvaneciendo. Ahora, otra vez, todos ellos pasan delante de su mirada, sumergidos en sus vidas preciosas y él está feliz porque todos ellos son almas resplandecientes que han sabido amar, que han elegido el camino correcto pero, sobre todo, son almas que no lo olvidarán. Contiene el aliento aun, haciendo fuerza, intentando que sus pies lo sostengan una vez más, una última vez. Respira. Respira profundo, todo el aire que necesitará. Contempla el cielo y respira. Sonríe. Sonríe. Sus ojos brillan como nunca antes habían brillado. Este es su último aliento y lo está por perder para siempre. Para siempre. Respira. Sus ojos se tornan oscuros, tristes. De repente, parecen los ojos de un niño asustado. Pero las pupilas no han perdido su profundidad... ¡oh!, no. Sabe que después de toda esa vida de hombre bueno, sensible, valiente, generoso, resplandeciente, solo le queda gritar. Aun así, a pesar del miedo, de las lágrimas que han empezado a rodar sobre su rostro y del silencio que lo rodea, está feliz, porque en este supremo día, él sabe que lo ha dado todo. Sabe que ha dado vida. Y este es su último aliento. Solo le queda... gritar.

1 comentario:

  1. Hola, Carlos, ha pasado bastante tiempo. Disculpa, no había leído tu comentario. Muy interesante y sabia la distribución de tus libros. Al final, todo forma parte de una gran biblioteca. Borges sabía mucho sobre estas cosas. Agradecido por tus visitas. Un abrazo desde Valencia, Venezuela. Néstor Mendoza.

    Hace más de un año dejaste este comentario en mi blog:


    Bueno, yo tengo tres bibliotecas:
    1) La que tengo en mi habitación, de libros propios.
    2) La de libros prestados y nunca recuperados.
    3) La de libros que me prestaron y están apiladitos esperando que los lea y los devuelva... eventualmente.

    Un gusto conocer tu blog.
    Saludos desde Rosario, Argentina.


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